Seguem os textos que prometi ao P. Paiva sobre o escritor C. S. Lewis, que foi professor em Oxford na mesma época que Tolkien, de quem ele foi amigo. O primeiro é um excerto da biografia dele, Lewis – em espanhol, desculpe – onde há a interessante informação de que Tolkien foi imprescindível para sua conversão ao cristianismo. (Pelo jeito é necessária muita imaginação – uma imaginação tolkiana – para acreditar que Deus experimentou a vida como “filho do homem”, como filho da humanidade. Mas, olhe lá, não pense que estou condicionando a fé à imaginação, pelo amor de Deus. Esta está muito aquém daquela.) Já os textos seguintes – em ingrêis – são cartas do Lewis a um outro escritor, tratando – digamos assim – do lugar da fé e da razão em nossa vida.

Lewis, el cristiano

Nacido en el Ulster y educado en un protestantismo puritano, frío y anticatólico, Lewis no tardó muchos años en considerar que había dejado de ser cristiano. En los años treinta, gracias a la amistad de Tolkien —que era católico— y a la de otros amigos de Oxford, Lewis fue superando algunos de los prejuicios que se había ido formando acerca de Cristo y de la vida cristiana. De este proceso quiso dejar constancia escrita en una interesantísimo relato autobiográfico: “Sorprendido por la Alegría. Los trazos de mi vida pasada” (1955). En primer lugar hubo de superar con gran esfuerzo intelectual los sofismas del ateísmo; entonces llegó un momento en que presintió que Dios iba tras él: “Debes imaginarme intuyendo el acercamiento continuo, inexorable de Aquel con quien no deseaba encontrarme. Lo que tanto temía sobrevino al fin. Hacia la festividad de la Trinidad de 1929 cedí, reconocí que Dios era Dios, me puse de rodillas y recé; quizá fuera aquella noche el converso más desalentado y remiso de toda Inglaterra”.

Dos años más tarde, una conversación mantenida con Tolkien y Dyson abre sus ojos a la realidad de Cristo. Lewis, como buen profesor de literatura, amaba intensamente algunas historias y tramas de ficción (mitos, en el sentido literario de este término). Tolkien le hizo ver que la historia real y la Encarnación del Hijo de Dios pueden ser consideradas como planes divinos algo así como el argumento de un gran drama que, además de ser concebidos con toda belleza y armonía, Dios ha hecho realidad.
“¿Quieres decir”, preguntó entonces Lewis, “que la historia de Cristo no es más que un mito verdadero, un mito que actúa sobre nosotros igual que los demás, pero que realmente ocurrió?”. Otra puerta se había abierto ante su espíritu.

El 28 de septiembre de aquel año, durante un viaje turístico en tren, fue objeto de una gracia singular, que hizo brotar de nuevo en él la fe cristiana: “Cuando salíamos, no creía que Jesucristo era el Hijo de Dios, y cuando llegamos al zoológico, sí”.

Lewis había cumplido ya los treinta y tres años; desde entonces se esforzó toda su vida por perseverar en la oración confiada con Dios. Como a otros muchos ingleses, su sensibilidad y la cultura que le rodeaban le inclinaban fuertemente hacia el anglicanismo. Aunque percibió y denunció los peligros morales y el relativismo dogmático al que tantos de sus compatriotas eran proclives, no tuvo el coraje de Newman para afrontar en hondura el problema de la unidad de la Iglesia ni el de.la eficacia de la gracia sacramental; de ahí que se conformara con formar parte de la denominada tendencia anglocatólica dentro de la iglesia de Inglaterra.

A su entender, en los tiempos actuales la actividad intelectual de los cristianos – fuese cual fuese sus situación confesional – debía centrarse sobre todo en mostrar con todo tipo de argumentos la credibilidad de los fundamentos de la revelación cristiana. Lewis emprendió este reto contando con los recursos literarios que profesionalmente le eran familiares, además del acerbo filosófico más general que poseía. Fue un gran conferenciante, pero su corazón estaba volcado sobre todo en la pasión de escribir.